
Durante una gira por Sudamérica (en Paraguay o Ecuador, según entrevistas), el equipo técnico de Il Divo les advirtió con entusiasmo que al llegar al aeropuerto, deberían prepararse para una oleada de fans y medidas de seguridad adicionales. Les pidieron incluso que descendieran por una salida secundaria y que evitaran detenerse a firmar autógrafos.
Con ese panorama en mente, los cuatro cantantes bajaron del avión como estrellas de cine, arreglándose las chaquetas y mentalizados para los flashes, los gritos y caos.
Pero cuando cruzaron la puerta de llegadas internacionales…
No había nadie…
Ni fans, ni prensa, ni personal de logística.
Solo un hombre distraído sostenía un cartel de cartón, escrito a mano, que decía: «Il Bivo» (con “B”).
El silencio era absoluto. El único sonido: el chirrido de una rueda floja en el carrito de equipaje de David Miller, que murmuró:
— «Tal vez llegamos al país equivocado…»
Carlos Marín, con su humor madrileño y gesto dramático, se adelantó al cartel y exclamó con los brazos abiertos:
— “¡Tranquilos! ¡Somos los suplentes de Il Bivo!”
Sébastien Izambard rompió a reír y empezó a saludar al aire como si hubiera una multitud invisible.
Urs Bühler, sin perder la compostura suiza, sacó su teléfono y fingió hacer una entrevista.
El chófer, que resultó ser un reemplazo de último minuto, no reconocía a ninguno de ellos.
— “¿Ustedes son cantantes?”, preguntó.
— “A veces”, respondió Carlos, “pero hoy somos comediantes.”
Al salir del aeropuerto, un taxista les pidió una foto… creyendo que eran un grupo de exfutbolistas.
Finalmente, se subieron a una furgoneta común, sin protocolo, cargando ellos mismos sus maletas.